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Ya en su momento hablamos del arte de ser malo en el pádel. Muchos lo somos y no por eso lo vamos a disfrutar menos, ¿no? Pero, en ocasiones, parecemos peores de lo que somos, ya sea por inactividad, pala nueva, mal día…

Hay días en los que, simplemente, las cosas no salen. Comienza el peloteo y las sensaciones no son buenas. Unas sensaciones que ya, durante el partido, se confirman. Tratas de pasar una bola fácil y se queda en la red, tiras un globo y se lo lleva el viento “pero, qué viento. ¡Si no hay viento!¿Cómo se ha ido el globo fuera?”.

Sabes que no es tu día cuando viene tu compañero y te dice, “no arriesgues, juega fácil a pasar bola”. Y tú, totalmente frustrado piensas, “¿qué te crees que estoy haciendo?”.

Más duro resulta cuando te estás “exhibiendo” en un partido jugando con gente por primera vez. Ya de por sí jugar con un compañero al que no conoces puede ser complicado, pero si además no estás inspirado… “Tierra trágame”.

“No es lo que parece. Es la primera vez que me pasa esto. Te lo juro”, le dices. “Ya, ya, me lo dicen mucho“, dice él con cara de “voy a seguirle el rollo solo para que se calle y acabemos cuanto antes para largarme de aquí y no volver a ver a este paquete en mi p*** vida”. Tú, que no quieres dejar las cosas así le dices, “de verdad, de normal no juego mal, solo que hoy no es mi día. Pregúntaselo a cualquiera”.

Llega el punto en el que le das pena hasta los rivales, a los que ya les sabe tan mal tirarte, “bastante tiene con se manco”, que comienzan a tirarle más a tu compañero, y tu compañero empieza a coger más pista. Te quedas en un rincón, triste, en un mundo aparte en el que no estás jugando un partido de pádel. “Puedo ir a por esas bolas si vas muy apurado”, le dices con toda la buena voluntad a tu compañero. “Tranquilo, ya te aviso si hace falta”, unas palabras con las que tu compañero termina de hundirte para el resto del partido.

Acaba el partido, te vas para casa y en tu cabeza te dices, “si no soy tan malo… ¿o sí?”.

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